Una dedicatoria de terror a Clorinda Matto

Durante la segunda mitad del siglo XIX gran parte de la literatura peruana se encontraba dispersa en periódicos y revistas. Escritores reconocidos como Ricardo Palma y Mercedes Cabello participaron en más de una publicación mediante textos literarios o ensayísticos, algunos utilizando sobrenombres, otros con los suyos, como en el caso de Clorinda Matto de Turner, autora de Aves sin nido.

En El Perú Ilustrado, semanario creado por el ítalonorteamericano Peter Bacigalupi en 1887 y que duró hasta 1892, Clorinda publicaba desde los primeros números algunos textos de índole realista sobre problemáticas sociales. No tengo la noticia de que haya publicado alguno fantástico. Sin embargo, un hecho curioso ocurrió en el número 8 fechado en el sábado del 2 de julio de 1887.

Portada del número 8

En una de las columnas de texto apareció el relato “La diadema”, con el subtítulo “A Clorinda Matto de Turner” y escrito por Hildebrando Fuentes (1860-1917) ―egresado de Filosofía y Política por la UNMSM que tendría un papel activo en la prensa peruana dirigiendo las revistas El Diario, La Reconstitución, La Revista Militar, El Nacional, El Perú y Naval―. En los primeros números abundaban más los textos literarios que en los posteriores cercanos a fines de ese año, y como tal el relato de Fuentes apareció rodeado de poemas.

La historia resulta ser un claro ejemplo del “Romanticismo tardío” peruano, ya que en las letras nacionales apareció cuando en Europa el Realismo estaba en auge. El amor, la tragedia y el terror se mezclan en una trama fantástica sobre la agonía de una mujer frente a su pareja mientras ella viste una diadema de plata en su cabeza que parece estar arrebatándole la vida. Al ser breve prefiero no contar más detalles, pero sí aclaro lo siguiente: he preferido transcribirlo según su ortografía original para apreciar no solo un cuento con carga histórica, sino para sumergirnos de mejor manera a la época decimonónica mediante su lingüística. Al fin y al cabo, verán que el español no ha cambiado demasiado.

Hildebrando Fuentes

La Diadema

A Clorinda Matto de Turner

¡Cuando me acuerdo, el frío de la muerte siento en mi alma!

Yo no podré ser feliz mientras no pueda olvidar.

…………………………………………………………………………………………….

Era un día triste como el dolor.

Yo me hallaba abstraído del mundo y apenas pensaba.

Y un mundo de dolores se agolpaba á mi alma.

No tenía lágrimas, por eso no lloraba.

De súbito, oí una carcajada fría, tétrica, sombría que heló la sangre en mis venas.

Sí; todavía me acuerdo y este recuerdo está vivo en mi alma.

Me lancé á la alcoba inmediata y sorprendí á Lucía, delante de un bruñido espejo, poniendo una diadema de plata en su cabeza de ébano.

Y la terrible carcajada acababa de expirar en sus lábios.

Y los dientes de la diadema mordían con furia sus negros cabellos.

Y los dientes de la diadema mordían con furia sus negros cabellos.

Todo lo comprendí al momento, y sentí que se me partía el alma.

¿Por qué sufrí tanto?

…………………………………………………………………………………………….

Expiraba un día.

El sol bajaba al abismo, dorando con sus últimos rayos las elevadas copas de los árboles.

Lucía y yo estábamos sentados sobre un tosco banco, y pisábamos, distraídos, el césped que vacilaba á nuestros piés.

Saqué una diadema de plata que despedía luces misteriosas.

Lucía ―la dije― adórna tu cabeza con esta prenda de mi amor. No me olvides… ¡te quiero tánto!

―Sí, sí ―contestó, arrebatándome con precipitación la diadema― adornaré con ella mi cabeza cuando tú me dejes de amar y con ella bajaré á la tumba. No temas, yo no podré olvidarte.

Su ardiente mirada murió en la mía.

Yo sentí algo desconocido; tal vez un funesto presagio.

¡Ah! De todo me acuerdo y este recuerdo pesa duramente sobre mi alma.

…………………………………………………………………………………………….

María, la bella María, robó mi amor con sus encantos.

Esta es otra página triste en la historia de mi vida.

Yo no existía sino para ella.

Había dejado de amar á Lucía, y por eso adornaba su cabeza, delante de un bruñido espejo, con la diadema que le di al despedirse el día.

Y tenía aún en sus lábios la moribunda carcajada.

Lucía, Lucía ―exclamé― arrója la diadema…… Yo te amo…… Vé un desesperación. Espera y moriré á tu lado.

―¡Ah! ¡qué bien me sienta: así puedo bajar á la tumba!...... Véme y dí si no estoy bella.

―Lucía, ¿no ves mis lágrimas?...... Arrója la diadema.

Y retorcía mis brazos con desesperación.

―No te acerques ―me decía― ya no soy de este mundo…… Diríje tu mirada al espejo y vé la diadema.

Y la diadema de plata arrojaba luces misteriosas.

Una densa palidez iba cubriendo el rostro de Lucía. Negros anillos rodeaban sus ojos. ¿Si será esa la muerte?

―Yo te amo, te amo siempre…… arrója la diadema…… La tumba es muy fría para tu corazón de fuego.

Allí mueren las esperanzas.

No exales la vida.

Pero una terrible carcajada, más sombría, más tétrica y helada que la primera, fue el éco de mis palabras.

¿Por qué, oh gran Dios, no cayó sobre mí un rayo? ¿Era preciso que sufriera tánto?

―¡Oh!...... ¡qué frío tengo! Acércate á mí…… tóca mis lábios con los tuyos…… ¡están helados…… pero en mi corazón hay fuego, mucho fuego!...... Yo te amo! Pero amo más á mi diadema. Véme; ¿estoy bella? ¿puedo bajar ya á la tumba?

Y otra carcajada iba asomando á sus lábios.

Y la diadema seguía presionando su cabeza de ébano.

¿Por qué no puedo olvidar?

………………………………………………………………………………………….....

María, María, que, caro me ha sido tu amor.

Yo encontraba fríos los lábios de Lucía…… más fría estaba mi alma.

La palidez aumentaba y los anillos ensanchaban su sombra. La mirada de Lucía era más fija.

¿Si será esa la muerte?

―Siento que la tierra se abre…… adorado mío, acércate á mí…… no toques mis lábios…… ¡sufro tánto!

―Lucía, mi última ilusión, mi postrera lágrima.

―¿Es el frío de la muerte?...... Nada veo, nada siento: sólo tu amor me hace dichosa, ¿Me amas? ¿Me has amado? ¿Amarás mi memoria?

Y la densa palidez no desaparecía de su rostro.

―Sí; yo muero…… no apartes la vista de la diadema ―seguía balbuceando Lucía.

Pero los negros anillos aumentaban sus órbitas.

Yo te amo; tú no me has amado…. ¡ah! ¡nó! tal vez me amas ahora, porque estoy muy bella con la diadema…. ¡Ah! Siento ya la muerte.

Y se le escapó la terrible carcajada, más fría que la tumba que tragaba mi esperanza.

―Siento que se me vá el alma…… Sujétame, adorado mío…… No me olvides, que esa idea me mata.

Y Lucía cayó en el suelo, abrumada quizás por su supremo dolor.

…………………………………………………………………………………………….

No sé lo que me pasó.

Sólo recuerdo que la diadema de plata despedía luces misteriosas y mordía con furia los negros cabellos de la pálida Lucía.

¡Y no poder olvidar!        

Hildebrando Fuentes

La página en donde se halla "La diadema"


ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO