Viajé con la mirada por aquel abismo insondable hasta donde alcanzaba la luz, y no me sorprendió que los aldeanos dijeran que el pozo no tenía fondo. Mientras mis ojos penetraban la oscuridad, semejante a una gran piedra de ágata negra, noté que algo se movía; al forzar más la vista, me pareció ver un zarcillo gris, del color del lodo, que serpenteaba en la negrura y ascendía rápidamente hacia mí.
Cuando se reflexiona sobre la literatura de terror, al menos la más conocida, este autor, cuyo nombre real es Arthur Reed Ropes (1859-1933), no suele ser nombrado. El siglo XIX tiene varios ejemplos aparte de Poe, y en las primeras décadas del XX resuenan Lovecraft y su círculo, como Robert Bloch o Robert E. Howard. Yo mismo no lo conocía ni siquiera en ese grupo de escritores poco explorados en mis horas de lectura, hasta que vi el título en el catálogo de Valdemar y decidí averiguar su contenido.
Y es que el El agujero del infierno deja poco a la imaginación y sugiere un tufillo a sensacionalismo, pero a ese sensacionalismo atractivo sobre oscuras zonas de la tierra conectadas a espacios de castigo eterno, imaginario alimentado por las teorías de la Tierra hueca o por supuestos sonidos provenientes del subsuelo. Sin embargo, Ross construyó otro camino. Publicada en 1914 —curioso y desgraciado año de aparición—, la presente novela se encuentra ambientada en el siglo XVII, concretamente durante la guerra de los Treinta Años acaecida en Europa entre 1618 y 1648. El evento bélico tuvo muchas aristas y causas, pero entre ellas se encuentra la lucha entre partidarios de la reforma y la contrarreforma, o de protestantes contra católicos. Así, el protagonista, un protestante, acude al castillo de su primo duque para mediar por el pueblo de Marsham, el cual se hallaba sometido y explotado por el familiar tras refugiarse en la fortaleza. Empero, en el camino existen marismas y, en medio de ellas, una zona oscura denominada como «Agujero del Infierno», habitada según leyendas populares por una criatura espantosa.
La premisa suena interesante. ¿Y su desarrollo? Veamos.
Adrian Ross
La estructura narrativa de la historia es sencilla: inicio, desarrollo y desenlace bien definidos. La novela inicia con el protagonista rememorando sus vivencias en el castillo, al cual acudió debido al pedido de ayuda de Eldam Pentry, uno de los campesinos del lugar ya mencionado. Su primo, el conde de Deeping Hold, exigía gran cantidad de alimentos y otros productos para el surtimiento del sujeto y de su tropa, de modo que existía el peligro de ser despojados de todos los bienes restantes. Motivado por su compasión y por las exigencias de Pentry, Hubert Leyton parte y se encamina hacia la residencia del conde. En resumen, es el inicio.
El desarrollo ya se ambienta en la convivencia con el conde, pues Hubert se vuelve en prisionero. Sin posibilidad de salir ilesos, la novela adquiere cierta atmósfera claustrofóbica pues utiliza muy bien el tema del asedio tanto por el sustrato histórico de base como por el componente sobrenatural. En otras palabras, una de las principales virtudes del libro es el tratamiento ingenioso del estado de sitio: pronto rodeados por el ejército enemigo, pronto rodeados por la criatura del lago.
Y no es el único conflicto. El propio conde es un personaje de carácter avasallador, pero a la vez autodestructivo, que enfrentará al protagonista a sus propios principios morales. También se encuentra su esposa italiana, una mujer con fama de bruja que siempre parecerá tramar algo en secreto, a veces con el conde, otras veces por sí misma. Es cierto que los sucesos no tienen mayor complejidad o esfuerzo en su elaboración, pues uno de los principales motores será el constante acoso del Agujero, mas casi todo se concatena con el capítulo subsiguiente de modo que no parece haber relleno, sino una lenta decadencia del castillo y de su gente o de una caída inevitable hacia la locura de los sitiados. No solo es la sombra de la criatura, sino el impacto psicológico, el que sustenta los conflictos de la trama.
Ahora, parte del contenido puede ser molesto para algunos lectores actuales. Los negros, así denominados, son representados por un esclavo del conde tratado siempre por su condición no solo por su amo, sino por el propio protagonista, uno de los personajes más virtuosos. No obstante, a mi parecer ese tratamiento le agrega mayor interés ya que crea cierta grieta moral a un personaje, como mencioné, tan virtuoso e inteligente como Leyton. Además, al ser una novela de carácter histórico tal discurso le otorga mayor verosimilitud.
Por otra parte, el tema de la mujer también es clave. Hijo de su época, la voz del narrador protagonista tiene una imagen fija de la supuesta condición femenina en cuanto a rasgos síquicos. Es por ello que las dos mujeres importantes en la novela, la italiana y la prima de Hubert, desafían sin pretender a ese modelo. La italiana es una mujer manipuladora y egoísta, pero su atrevimiento y criminalidad impresionan al narrador a la par que lo repelen. Por su parte, aunque la prima se desmaye o grite ante el peligro, tiene una valentía que sobrepasa al que supuestamente tienen las mujeres, e inclusive los hombres, al punto de que él se sienta inferior y avergonzado en más de una escena. Además, es curiosa la mención final del hombre y la mujer, cada uno de modo individual, como parte de una reflexión sobre la condición humana, de las alegrías de la vida, así como de la maldad interna de cada persona.
Primera edición
Si la mitad del atractivo recae en la amenaza de las marismas, la otra reside en los personajes. Aunque ellos contienen ciertos tópicos ya desarrollados por el Romanticismo, como la defensa del honor y el pudor amoroso, no se sienten acartonados. La exploración no es demasiado profunda en cada caso, pero sí lo suficiente como para recrearlos cual personajes reales, vivos.
Un punto y aparte es el monstruo.
Contiene 16 capítulos, cada uno de extensión media (entre 18 y 20 caras). Por su parte, el narrador no se apresura en desarrollar los sucesos, pero tampoco cierra un capítulo sin que suceda algo con mediana importancia para la trama. Ambas características son la razón de la comodidad de su lectura en una novela de historia lineal que, no por ello, deja de tener grandes escenas.
Otro punto importante es el tono del narrador, quien es el propio protagonista. Los sucesos y acciones están teñidos de su valoración subjetiva y la falta de información se justifica por la limitación de su conocimiento de los hechos. Y, aunque utilice rasgos de la literatura gótica y romanticista, no cae en el patetismo exagerado o expresión sobreactuada y recargada de las emociones. Ese era mi miedo al iniciar, pues la trama y el escenario se prestan para esas características, pero la narración fluye sin caer demasiado en el problema mencionado.
*
Mi experiencia con su lectura fue grata y sorpresiva. Esperaba un libro con mayor valor histórico que estético, y no fue así. No es una novela perfecta ni tiene un desarrollo tan logrado como el de La narración de Arthur Gordon Pym o El bebé de Rosemary, pero considero que se halla al nivel de otros clásicos como Drácula. Por desgracia, parece no ser tan valorada como merece en opiniones de Goodreads. Tal vez, acaso solo tal vez, haya el consenso sobre su capítulo final y la imagen perfecta creada por Ross o Ropes con una fuerza visual y trágica digna de un cuadro de terror o de una película: una mesa, un banquete y una espera.
Detalles técnicos:
Género: Fantasía
Año de publicación original: 1914
Año de publicación: 2003
Editorial: Valdemar
Nº de páginas: 291