En la revalorización de la ciencia ficción peruana suele aparecer el nombre de José B. Adolph. Inclusive quienes no conocen o no les interesa observar la literatura nacional desde los géneros discursivos probablemente han escuchado su nombre. Y con toda probabilidad ambos conocen la que era la novela reliquia, aquella difícil de encontrar: Mañana, las ratas.
Sin embargo, en 2020 la editorial Minotauro la reeditó con el prólogo de Enrique Planas, quien es, asimismo, el curador o encargado de la reedición. Al menos para mí, fue repentina y pasó desapercibida en las redes del grupo editorial como para ser una publicación de este calibre, pero ya hay repercusión inclusive en recuentos de fin de año. Ojalá sea el inicio de futuras recuperaciones de su producción, ya que Adolph logró crear su propio estilo en lo fantástico y la ciencia ficción.
Ahora bien, ¿por qué es tan importante la presente novela? En el contexto de la revalorización de los géneros no realistas en el Perú, Adolph es uno de los autores más sonados pues fue de los primeros en asumir de manera consciente la escritura de este tipo de historias. Ya existieron precedentes, pero sus autores no reflexionaban sobre el género en sí. Además, la trama de la novela es muy simbólica al ambientarse en una Lima futura y distópica de manera muy original para su época, los 80´s, cuando la capital aún no había alcanzado el paroxismo, sino la miseria cotidiana ya conocida, por ejemplo, con los cuentos de Ribeyro. Pero, ¿qué hace tan bueno al libro por sí mismo?
José B Adolph
Ambientada en la Lima de 2034, el mundo ya no está controlado por gobiernos, sino directorios regionales o transnacionales que administran las sociedades como empresas. En Perú se halla el Directorio Regional correspondiente a Sudamérica, desde el cual la junta controla las decisiones políticas sobre una sociedad limeña dividida en dos bandos diferenciados: los miembros del directorio y sus familias o allegados, y la masa popular o «ratas». Al inicio de la historia los primeros serán indiferentes ante las protestas de los segundos, pero su perspectiva cambiará cuando el líder religioso de los ciudadanos se acerque más al poder que ostentan.
La premisa inserta la historia en una distopía con los dos bandos ya mencionados, típicos en estas novelas. Sin embargo, en este apartado la novela cobra mayor fuerza gracias a su desarrollo y a los niveles de lectura que permite una vez finalizada su lectura. Sin hacer spoilers, mencionaré algunos.
El tiempo tan solo es de unos pocos días, pero el inicio y el final son radicalmente distintos. ¿Es ello un problema? Podría, si no hubiera alguna justificación, y lo hay. Uno de sus principales temas es el cambio de periodos históricos entre la transición de una sociedad a otra. La amenaza de los católicos ortodoxos o cato-ox al Directorio es cada vez más patente conforme avanza la trama de modo que el lector pueda sentir esa atmósfera de cambio, de un suceso inminente y radical para esa Lima futura. Por favor, nota la sensación que transmite el siguiente fragmento, el inicio del libro:
Lo despertaron, como todas las mañanas de lunes a viernes, unos compases de la Sinfonía del Nuevo Mundo, seguidos de la acariciante voz de una mujer:
—Buenos días, amor. Buenos, buenos, muy buenos días te desea tu gatita mañanera en frecuencia modulada.
Divertido, Tony Tréveris echó su mirada habitual de las siete a su esposa. Doris yacía de espaldas, con el pecho a medias cubierto por la sábana de satén lila y una mano entreabierta, con el dorso sobre los ojos.
Una escena familiar y sencilla sin ningún indicio de problemas o peligros. Ahora, contrástalo con el siguiente texto:
Tony la miró. Detuvo el coche. La abrazó lenta, decididamente, y ambos se besaron largamente. Iba a decir algo que seguramente habría sido conmovedor, cuando su mirada quedó paralizada en la esquina más próxima, a menos de veinte metros de distancia.
Por la calle, a pleno sol del mediodía, avanzaba una horrible procesión: bajo una tosca cruz de madera, se arrastraban hacia ellos decenas, quizás centenas de niños lisiados, pálidos y sucios, murmurando una jerga incomprensible. Los ojos de Tony y de Linda reflejaron el horror de esas criaturas débiles y harapientas guiadas por un sacerdote de hábito negro, que los hacía avanzar restallando un látigo que se cebaba en las espaldas de los niños y niñas más cercanos a él.
Tony Tréveris y Linda King volvieron a la realidad.
Mañana, las ratas es una novela lineal donde la desestabilización del sistema sigue un curso inevitable, sin tantos flashbacks o experimentaciones formales. El desarrollo de la historia permite notar esa gran diferencia entre la situación tan cómoda de la escena inicial y las siguientes. Al fin y al cabo, la novela está contada desde la perspectiva de quienes tienen el poder, aquellos que llaman «ratas» al resto. Ellos no conocen la situación verdadera de la mayoría de los limeños ni sus posibles estratagemas y arreglan los levantamientos con las fuerzas de represión; inclusive con bombas. Es así que su estabilidad, la de los directores, se resquebraja más con cada capítulo transcurrido.
Otro punto destacable es la relación entre religión y política. En ningún caso hay sujetos ideales o héroes, pues inclusive los oprimidos o cat-ox se someten al control del Cardenal Negro, un católico ortodoxo o conservador, aún si eso significa el maltrato a sus propios cuerpos: su líder los maltrata, el Directorio los maltrata. Pero, la razón de esa subordinación es la cercanía anímica. El Cardenal no es un sacerdote afable y cercano a cada feligrés o limeño, sino que, a comparación del poder de turno, vive en medio de la ciudad decadente y se erige como líder de una sociedad dispersa que no avala en realidad el poder de turno. Ante momentos de gran crisis, esta masa suele buscar un líder que les ofrezca algún tipo de esperanza —extraterrenal— en desmedro de su libertad. Y el Cardenal lo sabe.
Portada original
Mi sensación aquí fue un tanto similar que en Entrebrumas, de Hope Mirrlees: pensar que sus protagonistas eran planos, al uso. Si bien desde un inicio son entretenidos, es con el desarrollo de la trama que se ahonda en su psicología mediante situaciones que desestabilizan su vida por la amenaza hacia el grupo de poder.
Planeta anunciaba la activación del efecto mediante el uso de su Instagram
En total tiene 12 capítulos de mediana extensión. Ello, aunado a que el ritmo de narración de los sucesos es ágil, genera que la lectura no sea aburrida o cansina, sino dinámica. Los hechos no se presentan en su gran dimensión, de manera detallada, sino más o menos puntual y casi siempre acompañada de diálogos, conversaciones cargadas de la reflexión sociopolítica de la novela. Adolph no se arriesgó en esta característica, pero sí ofreció una escritura fluida.
No ocurre así con la estructura de la trama, cuya recta final parece una nueva historia a modo de segunda parte. Si bien existe un inicio, nudo, clímax y desenlace definidos, parecería que gracias a una importante revelación final del estilo de la ciencia ficción clásica se generara una minitrama con los cuatro elementos antes mencionados. El contenido es interesante, pero puede echar a perder la lectura o, al menos, desencajar la comprensión previa y lineal de la historia.
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Para cuando escribo las presentes «memorias», algunos elementos mencionados por el autor en el libro ya se han cumplido o se siguen cumpliendo, por más que no tenga la obligación de ser profeta. Países gobernados en realidad por empresas transnacionales, movimientos religiosos conservadores en posición de protesta, «ciudadanos de segunda clase» o ratas para la clase dirigente, inteligencia artificial a gran escala… Decir que Mañana, las ratas se encuentra vigente no es caer en palabras huecas, pues sí es más vigente hoy que décadas atrás. Sin embargo, y como espero haberlo dado a entender, el texto se defiende por sí mismo.
Detalles técnicos:
Género: Ciencia ficción
Editorial: Minotauro
Año original de publicación: 1984
Año de publicación de la presente edición: 2020
Nº de páginas: 225