Acaso Douglas Adams sea más conocido por su mundo de los Autoestopistas galácticos, 5 libros (y uno extra) sobre un universo regido por el absurdo y las situaciones cómicas en la búsqueda involuntaria, a veces voluntaria, del sentido de la vida, del universo y de todo lo demás. Y el principio de toda esta historia se encuentra en la siguiente escena, una de las iniciales del primer libro cuando Arthur Dent, el protagonista terrestre, todavía pensaba que su principal problema era el intento de demolición de su hogar. Por supuesto, estaba equivocado.
Por cierto, ya tiene su reseña en el blog.
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Un silencio súbito sacudió la Tierra. Era peor que el ruido. Nada sucedió durante un rato.
Las enormes naves pendían ingrávidas en el espacio, por encima de todas las naciones de la Tierra. Permanecían inmóviles, enormes, pesadas, firmes en el cielo; una blasfemia contra la naturaleza. Mucha gente quedó inmediatamente conmocionada mientras trataban de abarcar todo lo que se ofrecía ante su vida. Las naves colgaban en el aire casi de la misma forma en que los ladrillos no lo harían.
Y nada sucedió todavía.
Entonces hubo un susurro ligero, un murmullo dilatado y súbito que resonó en el espacio abierto. Todos los aparatos de alta fidelidad del mundo, todas las radios, todas las televisiones, todos los magnetófonos de casete, todos los altavoces de frecuencias bajas, todos los altavoces de frecuencias altas, todos los receptores de alcance medio del mundo quedaron conectados sin más ceremonia.
Todas las latas, todos los cubos de basura, todas las ventanas, todos los coches, todas las copas de vino, todas las láminas de metal oxidado quedaron activados como una perfecta caja de resonancia.
Antes de que la Tierra desapareciera, se la invitaba a conocer lo último en cuanto a reproducción del sonido, el circuito megafónico más grande que jamás se construyera. Pero no había ningún concierto, ni música, ni fanfarria; solo un simple mensaje.
El amplificador de potencia se apagó.
La incomprensión y el terror se apoderaron de los expectantes moradores de la Tierra. El terror avanzó lentamente entre las apiñadas multitudes, como si fueran limaduras de hierro en una tabla y entre ellas se moviera un imán. Volvieron a surgir el pánico y la desesperación por escapar, pero no había sitio adonde huir.
Al observarlo, los vogones volvieron a conectar el amplificador de potencia. Y la voz dijo:
El amplificador de potencia volvió a quedar en silencio y su eco vagó por toda la Tierra. Las enormes naves giraron lentamente en el cielo con moderada potencia. En el costado inferior de cada una se abrió una escotilla: un cuadrado negro y vacío.
Para entonces, alguien había manipulado en alguna parte un radiotransmisor, localizado una longitud de onda y emitido un mensaje de contestación a las naves vogonas, para implorar por el planeta. Nadie oyó jamás lo que decía, solo se escuchó la respuesta. El amplificador de potencia volvió a funcionar. La voz parecía irritada. Dijo:
De las escotillas manó luz.
Se apagó la voz.
Hubo un espantoso y horrible silencio.
Hubo un espantoso y horrible ruido.
Hubo un espantoso y horrible silencio.
La Flota Constructora Vogona se deslizó a través del negro vacío estrellado.