06 Mar
06Mar

El almirante Fredric Japster fue, sin duda, uno de los grandes protagonistas en los comienzos de la Federación. Si bien en la obra “Pioneros de la Vía Láctea” se ve mucho acerca de su biografía, aquí se vuelve a repasar algunos grandes momentos de su vida. El fue uno de los comandantes que gobernó en muchos  de los primeros mundos extrasolares adonde el hombre llegó. Este es un punto muy importante en cuanto a su formación. No sólo era un gran explorador espacial, sino que también era un hombre acostumbrado a pasar largas temporadas en diferentes planetas tratando con su gente. Si a Miqhvaar le atraía indefinidamente el espacio en sí mismo, Japster había adquirido una visión distinta de la conquista de las estrellas. En poco tiempo su personalidad fue cambiando hasta el punto de volverse un amante de la vida en sí.

No hay dudas que Miqhvaar fue uno de los grandes impulsores para que la conquista espacial no se detuviera únicamente en Tau Ballena y Epsilon Eridano, como inicialmente estaba previsto. Gracias a él, al principio un pequeño grupo de hombres pudo llegar más allá de lo que nadie había imaginado. En oposición a él, parecería que Japster fue un conservador. Con él, la conquista espacial habría llevado mucho más tiempo. La causa es que, para él, el hombre no debía expandirse indefinidamente en el Cosmos, sino que la Federación debía asentarse primeramente en lo ya conquistado y sólo después seguir su camino. Desde luego que un proceso así debía llevar siglos, pero lo cierto es que Japster quería tener planes precisos acerca de la raza humana en general, antes de seguir recorriendo el Universo. 

A Japster lo había impresionado el descubrir que, en ese tiempo, la Federación no tenía planes precisos. Su único objetivo era adentrarse cada vez más en lo profundo del Cosmos, guiándose exclusivamente por lo que Miqhvaar y otros habían descubierto en Altair. Para Japster, en cambio, era preciso elaborar nuevos objetivos globales, que contemplaban a la humanidad como un todo. Su idea era que el hombre se asentara firmemente en los sistemas ya alcanzados. Allí había planetas maravillosos e infinidad de formas de vida que era preciso tener en cuenta. El bienestar del hombre en esos mundos no debía ser sacrificado en aras de la simple exploración espacial. En cierto modo, Japster había descubierto la enorme importancia de poseer colonias en unos cinco sistemas planetarios. 

Potencialmente, era mucho lo que estas colonias podían dar. Por sí solas podían continuar, independientemente de nuestro sistema solar, crecer y desarrollar sus propias culturas hasta límites insospechados. Además, el contacto con otras razas era algo que debía enriquecer al ser humano. En realidad, Japster creía posible una conquista completa de la Galaxia que no se apoyara únicamente en cómo les fuera a los viajeros espaciales. El soñaba con que fuese la humanidad, en su totalidad, la que cumpliese con esta misión. Y en el tiempo en que insumiría todo este plan, el hombre se asentaría en miles de mundos que serían suyos para siempre. 

Bajo esta perspectiva, puede decirse que Japster era más estratega que Miqhvaar y los suyos, que estaban “ebrios” de estrellas y espacio, con una sed insaciable por conocer todo de una vez. Como dijimos, es mucho lo que Japster hizo en los primeros tiempos de la Federación. Adonde estuvo, dejó colonias que eran un modelo para las demás, con gobiernos democráticos y en donde se aprovechaban al máximo los recursos naturales de cada planeta. Sin embargo, sus puntos de vista no fueron tenidos lo suficientemente en cuenta. La Federación estaba básicamente en manos de hombres que eran exploradores espaciales, no gobernantes. Tampoco les interesaba tanto la vida en sí, sino el telón de fondo, el abismo de estrellas y de tiempo. 

Cuando luego de la Guerra Galáctica, Miqhvaar se retiró del cargo de comandante principal de la Flota, se produjeron diversas luchas internas por heredar esta posición. Japster estuvo entre los principales candidatos para sucederle pero, en cierta asamblea realizada poco antes de la elección, él mismo estableció la ideología que lo impulsaba, dejando ver que no aceptaría el cargo si aquello no era aceptado en su totalidad. Desde luego, esto fue lo que lo eliminó de la elección aunque, por largo tiempo, siguió perteneciendo a su Consejo Directivo. Este fue un hecho que le permitió viajar por muchos lugares, recorriendo infinidad de sistemas planetarios y visitando mundos en calidad de embajador ante diversas civilizaciones. Aquí es donde Japster reunió los elementos necesarios para tomar la decisión más trascendental de su vida. 

La Federación no tenía todavía 100 años de vida cuando, en cierta ocasión, sus máximas autoridades fueron notificadas de la creación de la Colonia Bios 1, en un sistema próximo a Canopus, hacia el núcleo galáctico. Su fundador era el mismísimo Fredric Japster, quien agradecía a sus colegas de la Federación, pero no  deseaba que interfiriesen en sus planes. Estaba acompañado de un grupo de casi 100 colonos, los cuales se habían establecido en un mundo donde vivía una extraña raza parecida a árboles, pero con cierto nivel de inteligencia. Los colonos consiguieron convivir con ellos y, en cierto modo, los consideraban sus aliados. Demás está decir que las autoridades de la Federación intervinieron rápidamente y trataron de disuadir de distintas maneras a Japster. El temor era que su actitud creara un precedente para que otros comandantes hicieran lo mismo. Sin embargo, Japster se mantuvo inflexible y por un tiempo su situación fue aceptada. 

Fue con la gestión de nuevos líderes de la Federación que el Imperio Bios, como algunos lo llamaban, fue considerado en situación ilegal, y se envió un ultimátum para cambiar su actitud. Nada sucedió hasta que estallaron los primeros combates en pleno núcleo galáctico. La Guerra de los Dos Imperios, como fue llamada, sucedió en una época en donde la Federación aún no era demasiado grande y aún existía la posibilidad de que perdiera el liderazgo galáctico. Parece extraño también que Japster, un defensor de la vida, causara una guerra, pero en esto tuvieron mucho que ver comandantes de menor rango que tenían sus propios intereses. La lucha fue feroz en ambos frentes. Fue como un virus maligno que se extendió por docenas de mundos, alterando la paz que habían logrado con tanto esfuerzo. En diferentes circunstancias hubo astronaves destruidas de los dos bandos, y colonias enteras que resultaron prácticamente pulverizadas. 

En lo más arduo del combate, Nemrod Jason logró verse personalmente con Japster, a quien conocía bien, y quedó convencido que en realidad aquel hombre no buscaba el mal. Simplemente tenía una visión distinta de cómo llevar a cabo esta magna empresa que constituía la exploración del Universo. Fue decisivo un diálogo en donde Japster declara: 

­– Comandante, estamos tan interesados como ustedes en que el hombre alcance una posición de privilegio en la Galaxia. Creo realmente que ése es nuestro destino. Sin embargo, ustedes están equivocados en lo referente a nosotros. No somos sus enemigos. Solamente sus adversarios. Nada más que eso. 

Para entonces, la Guerra de los Dos Imperios llevaba ya bastante tiempo desde su inicio y ciertamente había producido un desgaste general. La mayoría de los hombres estaban deseosos de completar la exploración de la Galaxia y, a la vez, de retomar la prosperidad que habían conocido antes de esta absurda guerra. Es así entonces que se suceden diversas reuniones en el seno de la Federación, en donde se resuelve qué hacer con el Imperio Bios. Finalmente, como se ha explicado en otra parte, se decide designarles un importante sector galáctico en donde ellos puedan vivir como mejor les parezca. La única condición que se imponen unos y otros es, simplemente, la de no interferir en la situación de su opositor. 

En realidad, desde el momento mismo que se fue, a Japster dejó de interesarle lo que se hacía en la Federación. Él estaba ocupado en gobernar a su gente y lo cierto es que lo estaba haciendo muy bien. En este pasaje asistimos a diversas escenas que tienen lugar en Calistea, uno de los mundos en donde posee su cuartel general. En todos los casos, aquellos que lo acompañan son hombres y mujeres que han tomado un compromiso de pasar el resto de sus vidas en los mundos que les han asignado, con la finalidad de volverlos habitables y prósperos. Algo así como unas “Nuevas Tierras” de donde, en algún futuro, partirían nuevos exploradores a las estrellas. Esto da lugar a una información más amplia y completa de lo que es el núcleo galáctico. Además, desde la superficie de casi cualquier mundo es posible distinguir a simple vista numerosos planetas, tanto del sistema local como de otros sistemas planetarios. Ciertamente, una noche estrellada en Calistea o cualquiera de los mundos vecinos es una experiencia incomparable. 

A continuación, vemos diferentes reuniones de Japster con sus colaboradores y el modo en que va avanzando su proyecto. La exploración espacial propiamente dicha es dejada a un pequeño número de oficiales. El resto, más los que van naciendo, podría decirse que se parecen más a agricultores o biólogos que a otra cosa. El sistema de vida es bastante simple, con economías orientadas a satisfacer únicamente las necesidades personales. Como tierra firme es lo que sobra, por lo general cada colono dispone de inmensos campos que se dedica a explotar, al tiempo que conoce la fauna y flora locales. Aquí es donde la mayoría de los historiadores concuerdan en que, por alguna causa, este método, que permitía disfrutar de la vida y encaminarla hacia un único objetivo, era, sin embargo, un sistema regresivo. 

Sólo así puede explicarse el camino que siguieron las colonias núcleo-galácticas de Japster. Por alguna razón, los hombres fueron perdiendo interés en el inmenso espacio interestelar que los rodeaba y, en cambio, comenzaron a concentrarse cada vez más en sus bienes  personales. De algún modo sutil, ninguno quería ser menos que otros. Y esto es algo que sí existía a causa de las diferencias que había de un planeta a otro. Algunos mundos eran más ricos en minerales que otros;  algunos gozaban de mejor clima; en algunos lugares el hombre no tenía ningún enemigo importante; etc. En unas pocas generaciones empezaron a notarse grandes diferencias entre un lugar y otro. Con un Japster ya retirado de toda supervisión, se dio el caso de que muchos planetas (especialmente los de características terrestres) se convirtieran en algo así como feudos de grandes familias de colonos. Incluso hubo una región, al oeste del centro galáctico, en donde florecían familias cuyo único interés era perpetuarse. 

Por otra parte, estas facciones de la humanidad seguían representando al hombre como un todo. Nadie sabía de qué modo podían evolucionar ni cuál sería su papel en la galaxia con el tiempo. Es por esto, y todo un cúmulo de factores, que los historiadores coinciden que en la región estelar que se le concedió a Japster es donde dio comienzo lo que luego fue llamada, la Edad Media Galáctica. La prosperidad y el placer de otros tiempos fueron reemplazados a poco por interminables luchas internas. De algún modo misterioso, esta parte de la humanidad volvió a vivir muchos de los grandes mitos y leyendas de la Edad Media en la Tierra. Multitud de señores feudales gustaban de luchar unos contra otros como un entretenimiento, a la vez que el conocimiento dejaba paso a una nueva clase de “supersticionismo” espacial. El desinterés por conocer mejor la Galaxia parecía ser una de las causas fundamentales de este proceso que vivían hombres y mujeres, habitados a miles de años luz de nuestro Sistema Solar. 

Fueron tiempos difíciles y, sin embargo, de progreso. Tal como había advertido Japster, el hombre se estaba asentando firmemente en diversos puntos de la Galaxia, principalmente en su núcleo. Ese asentamiento era, en efecto, más estable que el de muchas colonias de la Federación, que eran algo así como postas en el camino de las grandes flotas que iban camino a recorrer el universo. Las colonias eran puestos efímeros, mundos que eran habitados por un tiempo y luego eran abandonados, tal vez para siempre. En el imperio del núcleo, en cambio, cada mundo era conquistado para desarrollar en él una civilización y una cultura propios, casi tan importante como la del viejo Sistema Solar. Y éste era uno de los méritos principales de Japster. 

El tiempo pasó y cuando las flotas de la Federación incorporaron aquellas regiones como nuevas tierras en el cosmos, pudo advertirse la enorme importancia que habían adquirido esas civilizaciones tan laboriosamente edificadas. Se trataba, en resumen, de descendientes del hombre solar que habían elegido otros caminos, otros modos de vida. Algunas se habían desarrollado más que otras, adquiriendo características notables. Aquí es donde pudo verse en detalle el enorme potencial del hombre solar, como raza. De ello resultaba que el modelo terrestre era simplemente uno más y no el definitivo. Que el hombre podía y debía dar mucho más aún, y que cuando las condiciones lo favorecen, no parece haber ninguna otra clase de vida capaz de superarlo. 

Por lo tanto, en todo el núcleo galáctico era venerada la figura de Fredric Japster, luego que éste desapareciera físicamente. En diversos sistemas planetarios se lo consideraba como un dios.  Él era quien le había dado a la raza humana nuevos horizontes, garantizando su continuidad en el tiempo. El había sido un visionario y había realizado un trabajo difícil en una época en donde lo más atrayente eran los viajes a lejanos puntos del Universo. Así, mientras los exploradores iban cada vez más lejos, Japster era el fundador de incontables nuevas civilizaciones. Con el tiempo, en plena época de los viajes de Gedeón Solar, la Federación comprendió la enorme dimensión histórica de Japster y lo reconoció, finalmente, como uno de sus propios líderes. Por entonces, los que continuaban la tarea ya eran sus descendientes. 

En el Imperio Central, como finalmente fue llamado, Japster y sus oficiales habían incorporado cientos de razas inteligentes de toda clase a una convivencia pacífica y notablemente enriquecedora. Existían planetas, incluso, que eran ocupados por varias razas a la vez para intercambiar conocimientos y experiencias. Hasta se dieron casos en los cuales se comprobó que el ser humano estaba en condiciones de cruzarse con otras razas similares a la suya. Algunas de estas eran de origen desconocido, aunque la mayoría de los sabios suponían que eran descendientes del hombre de Altair. De este modo llegó a adjudicarse todo un sistema planetario completo a la raza de los golos, hombres mitad herrenditas (del planeta Golos), unos seres casi iguales a nosotros en lo físico, y mitad de sangre terrestre. Como todos parecían tener, en definitiva, un mismo origen, no hubo incompatibilidad biológica alguna y así fue como nació una nueva raza en el corazón de la Galaxia. 

Así, pues, el tiempo pasó, hasta que Solar y todos los grandes almirantes de la Flota, recorrieron uno por uno aquellos exóticos mundos. En la mayoría de los casos, esos puertos en el espacio se transformaron en sus lugares preferidos para descansar o para instalarse definitivamente cuando dejaban de explorar. Es que, de algún modo no calculado, en el núcleo galáctico existían infinidad de lugares atrayentes, paisajes increíbles, vidas maravillosas, civilizaciones asombrosas y hasta un destino bastante seguro como para que todos eligiesen radicarse allí. En suma, el núcleo de la Vía Láctea albergaba mucho de todo lo que el hombre siempre había soñado encontrar en el espacio. Más que las lejanas galaxias, que se perdían en las profundidades de la noche cósmica, la vieja y querida Galaxia Local poseía maravillas que parecían difíciles de encontrar en otros sitios.

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