Una persona se dirigió a la librería buscando algún nuevo título de fantasía. En su mente se dibujaban dragones, reinos medievales y guerras épicas con ostentosas muestras de magia y esperaba salir del lugar con un libro de tales características en el maletín. Sin embargo, el espacio era muy amplio y decidió preguntar a uno de los vendedores en dónde se encontraba la sección de literatura fantástica. El joven, amable, lo guió hasta las estanterías anheladas, pero grande fue su sorpresa cuándo lo primero que llamó su atención fueron algunos títulos de Philip K. Dick, Asimov y Ray Bradbury, mezclados con los de Tolkien y Pratchett. ¿Qué pasó aquí?, se preguntó antes de sopesar la posibilidad de retirarse… para no regresar.
El anterior ejemplo, aunque no en todas las librerías, ocurre en algunas de ellas. La reunión, por no decir amontonamiento, de diversos títulos que tienen en común no-ser-realistas ocurre generalmente bajo el encabezado de “literatura fantástica” o nombres similares, de modo que no se ahonda en la variedad que pudiera existir (y existe) en este tipo de libros. Ahora bien, esto puede ser entendible en tanto que son negocios y la muestra del producto debe ser notoria y clara, a veces en desmedro de lo que algunos aficionados en géneros y subgéneros pretenden dar a conocer, entre los cuales me incluyo. Porque cualquier lector de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, El resplandor o Harry Potter tiene a disposición una gran variedad de títulos similares que a diestra y siniestra suelen mezclarse sin ningún tipo de diferenciación entre géneros literarios. Y esa es la meta, aunque soberbia, que pretendo lograr aquí de modo panorámico.
Pero antes de querer hacer cualquier distinción tal vez te estés preguntando “¿y para qué es necesario encasillar aún más la literatura?” Las etiquetas a veces pueden desagradar, y en cuestiones de arte con mayor razón cuando la creatividad y la imaginación no suelen restringirse a límites o fronteras, no para siempre. Mas el arte de la palabra no solo es disfrute, un rato de diversión que culmina cuando llegas al final del libro. Muchas veces, ese poema o cuento que leíste trae consigo reflexiones sobre los temas que proponen, como el racismo, la muerte, la familia, el futuro de la especie humana, entre otros. Propone conocimiento, un tipo de conocimiento introspectivo que enlaza el texto con el lector y por ello también su intelecto entra en funcionamiento. Y es que la curiosidad motiva el uso de la razón, del discernimiento para poder ir más allá de las apariencias y lograr obtener una información completa sobre las cosas.
Si es así en la lectura, de modo similar ocurre en la Literatura como materia de conocimiento. Distinguir entre poesía, narrativa y teatro es básico para ingresar a este mundo aun cuando existan límites borrosos en algunos textos, y separar la fantasía de la ciencia ficción también ayuda a ordenar el pandemonio en estos libros, no para separarlos de modo definitivo en casilleros distintos, sino para reconocer la variedad que estos mundos contienen y la lógica que opera en ellos, no de modo caótico, sino como producto de una conciencia escritural.
Toca, entonces, explicar el porqué de “contrafáctica” y de los tres nombres de aquí arriba. «Contrafáctico» es un término que proviene de la lógica y que se refiere a todo aquello que en el mundo real no ocurre; es una posibilidad en un mundo alterno. Sin más formalismos, podemos agrupar bajo este término todo aquello que no es real (psicoanálisis aparte) o que no es considerado como tal, como los ogros o los viajes en el tiempo. Podría ser otra manera de reducir esta literatura como en el caso inicial de la librería y su simple uso no nos llevaría a nada más.
Por eso, propongo distinguir tres campos generales de lo contrafáctico, los tres términos del subtítulo en negrita. Esta idea no es mía, sino que proviene del investigador Fernando Ángel Moreno en su libro Teoría de la literatura de ciencia ficción, en donde unos cuadros distinguen estos campos, los cuales pueden ser llamados por sí solos tipos discursivos (término de Jacques Fontanille), es decir, conjuntos de características que conforman un tipo de mundo, los cuales se unen con los tipos textuales o registros formales del texto (poema, cuento, novela, ensayo) para dar pase al género literario: novela de ciencia ficción, cuento policial, etc… Dejo este punto para un futuro post, pero vale recalcar que la fantasía, la maravilla y la ciencia ficción a veces pueden mezclarse, sobre todo en obras que son consideradas como antecedentes u otras que se arriesgan a romper barreras de género al ser experimentales.
¿Qué es lo fantástico? Un adjetivo, claro está. ¿Igual que la fantasía? Un sustantivo. «Fantástico» tiene un uso más extendido para referirse, en modo genérico, a todo aquello que no existe en nuestra realidad y no solo aplicable a las obras literarias, mientras que la fantasía es el presente tipo discursivo que sistematiza esa inexistencia en alguna manifestación cultural, como la literatura o el cine. Por ende, denomino aquí fantasía al conflicto producido entre el elemento imposible y la realidad en el mundo recreado por la ficción, desajuste provocado a su vez en el lector o espectador, pues lo imposible cuestiona sus propios parámetros de realidad, de aquello que considera como existente o hasta natural (idea mejor explicada por el investigador y escritor David Roas).
Considerar no solo al texto, sino al lector, nos muestra un panorama más amplio de lo fantástico y de su funcionamiento. La evolución de las historias fantásticas se ha debido no solo a la elección del autor, sino a los parámetros de la sociedad sobre aquello que es creíble como posible. Es una categoría cultural que implícitamente muestra cierta parte de la idiosincrasia de una determinada época y sociedad. Y es así que pasamos de los ambientes góticos del siglo XIX junto a sus espectros y maldiciones al posmodernismo del siglo XX y el juego con el lenguaje para deformar el flujo de una realidad realista (como en los cuentos de Cortázar), transiciones que bien sugieren una correspondencia con los intereses, temores y restricciones entre épocas.
Ejemplos de literatura fantástica en los siguientes casos. El castillo de Otranto (1764), de Horace Walpole, es una novela gótica en donde una antigua maldición se cumple a plenitud para los ocupantes del castillo, quienes no son los verdaderos dueños; los actos paranormales causan horror por no tener ninguna explicación racional. Drácula (1897), de Bram Stoker, es la clásica historia del conde homónimo causante de pavor por su propia imposibilidad: los vampiros no deberían existir, pero existen. Patas de perro (1965), de Carlos Droguett, presenta la historia de un niño que nace con patas de can y la consecuente marginación de las personas por esa rareza. En los tres no solo el elemento fantástico lo es tal para el lector, sino para los personajes del mundo ficticio.
Como en el caso anterior, ¿maravilla o maravilloso? Para ser ordenado, los tres tipos discursivos los presentaré en su forma sustantiva para darle independencia y contenido. En este caso se suele usar el adjetivo, intercambiable con su sustantivo, para referirse a situaciones o contextos mágicos. A pesar de compartir similitudes con la fantasía, no son idénticas y aun así son muchas veces confundidas, llamando fantástico tanto a El retrato de Dorian Gray como a Las crónicas de Narnia. ¿Qué es entonces? La maravilla es todo mundo compuesto por elementos que cuestionan la noción de realidad del consumidor, lector, espectador, pero que no traslada dicha crisis en la ficción, sino que es naturalizada por los personajes y el narrador.
Ejemplifico. En las novelas del Mundodisco, de Terry Pratchett, podemos leer distintas razas conviviendo entre sí, algunas conflictuadas y otras no. Pero, aun en caso de peleas o malquistes, no se cuestiona la existencia de, por ejemplo, los duendes o los hombres lobo, pues ellos son tan naturales en su mundo como los humanos y las aves en el nuestro. Otro más. En el mundo de El señor de los anillos, de Tolkien, los hobbits, los elfos y los enanos son razas cuya existencia no está catalogada como imposible, pues forman parte el bestiario de razas que conforman esta trama, lo cual no impide que en lector la imposibilidad se siga manteniendo.
Definir este tipo discursivo es tan complicado como en el caso de lo fantástico. El término “ciencia ficción” es una traducción literal de la versión en inglés sci fi y que da a entender aquella ficción de corte científico. Si bien éste elemento es importante en el contenido, podemos definir la ciencia ficción como todo mundo representado en donde se presenta una prospección a partir de una perspectiva científica, sea que ésta se corresponda o no con los estudios reales.
Es necesario distinguir la prospección de un mero uso de la ciencia. Si bien algunas historias adoptan en su contenido algún elemento de este campo, ello no es suficiente para generar una prospección pues se cambia la condición del universo ficcional de probable a existente. Aunque la ciencia ficción está compuesta por tramas con elementos inexistentes para la época de publicación, el texto se encarga de generar en el lector una suficiente verosimilitud para creer que en un futuro tal invención podría ser a partir de los conocimientos naturales y sociales del momento. Así, mientras que en Tiempo de silencio (Luis Martín-Santos) la trama empieza con un ratón de laboratorio (elemento científico) sin alguna prospección en el desarrollo de su trama, en Crónicas marcianas (Ray Bradbury) la terraformación de Marte genera prospección a partir de un tono científico implícito; el primero es una novela realista y el segundo pertenece a la ciencia ficción.
Por otra parte, este tipo discursivo no solo se nutre de las ciencias naturales, sino de las sociales. A su vez, la prospección no significa que toda trama deba desarrollarse en el futuro con respecto al contexto del texto, sino que el añadido científico elimine todo carácter sobrenatural para que la ficción no realista adquiera un tono racional (sea que se critique o no la ciencia). Esta aclaración sirve para explicar el porqué de la inclusión de subgéneros como el steampunk o el dieselpunk en la ciencia ficción, ya que ambos se ambientan en periodos anteriores: en el ámbito retrofuturista, el pasado es reinventado de acuerdo a un tiempo que no fue en la realidad, pero que adquiere un nuevo sentido técnico/científico, además de social (se especula sobre sociedades pasadas colocadas en entornos distintos), por lo cual se mezclan tanto los conocimientos naturales como los sociales.
En este punto quisiera hacer una aclaración. Los tipos discursivos o popularmente llamados géneros literarios no son únicamente etiquetas para encerrar a los libros dentro de ellas, como si estos fueran productos fabricados para ser encasillados en determinadas categorías. La literatura, tal vez como otro tipo de expresión cultural, llega a desbordar de un modo u otro el análisis de las ciencias y disciplinas humanas pues no presenta reglas más predecibles y controlables como en los objetos de estudio de las ciencias naturales. No obstante, entender las (grandes) diferencias entre estos tres tipos de mundos nos ayuda a observar las historias de siempre, las de robots, magos o fantasmas con cierto nivel de complejidad y riqueza pues plantea distintas posibilidades de lo no-existente, sea imposible o improbable. Así pues, dejemos que los libros nos digan cuán enriquecedores son y qué tanto exploran, mezclan o reinventan la fantasía, la maravilla y la ciencia ficción.